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La crisis de los refugiados ha devuelto a la primera línea de la política europea el derecho de reagrupación familiar de los inmigrantes que huyen de la guerra en Siria. Circunstancias como esta hacen que las familias se vean obligadas a separarse para "viajar" hasta Europa; "viaje" que suele ser más sencillo emprender en solitario que acompañado de todos los miembros de la unidad familiar.
A mi juicio, es importante destacar que estas separaciones provocan en el ser humano un sentimiento de desarraigo que dificulta la plena integración del inmigrante en el país de acogida obviando que las relaciones familiares tiene la tarea de socialización primaria de la persona. Esta estrecha relación entre familia e inmigrante como elemento imprescindible para el desarrollo personal ha llevado a que la mayoría de los países consideren en sus políticas migratorias el derecho de reagrupación familiar. De hecho, el 22 de septiembre de 2003 la Unión Europea aprobó la Directiva 2003/86/CE sobre el derecho de reagrupación familiar con la intención de homogeneizar las distintas normativas de los países miembros de la Unión a este respecto.
El problema se plantea cuando los Estados tratan de endurecer en sus reformas de extranjería el derecho a la reagrupación familiar. Esto es lo que precisamente ha ocurrido con la crisis migratoria actual. Países de la Unión Europea, como Alemania, han limitado este derecho con la finalidad de reducir el flujo migratorio; esto supone una vulneración de un derecho fundamental como es el derecho a vivir en familia reconocido por los distintos ordenamientos jurídicos internacionales, donde no solo se lo reconoce si no que instan a protegerlo, asegurarlo y garantizar el mantenimiento de las relaciones familiares.
Interpretar el derecho de reagrupación familiar
La mala interpretación del derecho de reagrupación familiar como un simple trámite para obtener la residencia dista mucho del objetivo básico de este derecho y termina perjudicando no solo a los inmigrantes si no también al resto de los ciudadanos. Los Estados deberían conseguir que el derecho de reagrupación familiar permitiese que familias de distintas culturas pudieran vivir unidas en Estados diferentes a los suyos de origen en aras de que se responda a las finalidades que cumple este derecho. Desde mi punto de vista, si la Europa receptora de extranjeros quiere, verdaderamente, que éstos se desarrollen y se integren plenamente en su seno no puede obviar ni permitir que la vida familiar preexistente quede al margen, debiendo apostar por la cara más humana de la integración: la reagrupación familiar.
En lo que va de año, han llegado a Europa a través del Mediterráneo más de 100.000 refugiados e inmigrantes, muchos de ellos menores que viajan solos, sin ningún miembro de su familia próxima, según informa la Organización Internacional para las Migraciones. Es importante que los profesionales aboguemos y contribuyamos a que los inmigrantes y asilados tengan garantizadas unas condiciones de vidas óptimas para el desarrollo de su esfera personal y así, evitar que se produzcan abusos por parte de las mafias y traficantes a los sectores más vulnerables.
No debe olvidarse que el derecho de reagrupación familiar debe ser entendido como un deber de protección de la vida en familia del extranjero, derivado de un derecho fundamental cuyo contenido esencial no puede desvincularse de éste. Este contenido esencial debe tener en cuenta tanto las relaciones afectivas de pareja como las relaciones propiamente familiares. Cuando existe ese respeto a la libertad de la vida familiar del inmigrante es cuando puede conseguirse una integración efectiva del extranjero y reducir problemas de discriminación puesto que la familia cumple unos fines esenciales en la sociedad que de no existir debería asumir el Estado, lo que la hace merecedora de la protección del ordenamiento jurídico.
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