La semana pasada, el Instituto de Estudios Económicos nos hacía llegar una nota con los últimos datos publicados por Eurostat sobre empleo y educación superior. El titular era más que optimista: Un 84% de las personas con estudios universitarios tienen empleo. El hecho de que un mayor nivel de educación sea decisivo para encontrar empleo es, sin duda, una grata noticia y eso que en el caso de nuestro país este porcentaje baja al 81,7%.
No obstante, datos como los mencionados nos llevan siempre a hacer la misma reflexión: que el porcentaje de los universitarios que tienen empleo es bastante alto es relevante pero quizá las conclusiones serían mucho más interesantes si se analizara asimismo qué clase de trabajo realizan (es decir, si su ocupación tiene que ver con lo que han estudiado) y las condiciones en lo que lo hacen. Sí, me estoy refiriendo al fenómeno de la precariedad laboral tan presente en nuestro país tal y como pone hoy mismo de manifiesto el artículo de El Economista titulado: La nueva generación perdida de Zapatero.
Son muchos los que atribuyen a la formación la varita mágica para afrontar el futuro laboral de otra manera, sin embargo, la cruda realidad que se vive en nuestro país hace que a más de uno se le quiten las ganas de confiar en esa varita. Mucho tendrían que cambiar las cosas aunque, como se suele decir, la esperanza es siempre lo último que se pierde ¿no?
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