En la tribuna titulada Hacer ‘lobby’ en una sociedad global publicada esta mañana en Expansión se dice que: «En un mundo global, hacer lobby se ha transformado en un proceso de influencia e intermediación abierto a grupos sociales y empresariales de presión, que cobra cada día más fuerza como instrumento para que los órganos de decisión política ajusten los procedimientos y la propia toma de decisiones a las necesidades reales de los ciudadanos».
Si hemos asistido a alguna evolución en materia de lobbying en los últimos años esa ha sido a una mayor profesionalización y normalización de dicha actividad. Como señalaron los participantes en la mesa redonda a la que acudí el pasado miércoles 19 de enero sobre el lobby profesional en el Instituto de Empresa, asistimos a un proceso de normalización del lobby todavía imperfecto. El diputado de CiU, Jordi Xuclà i Costa, iba más allá: «Hay actividad de lobby ante el Gobierno y el poder legislativo de nuestro país pero no tanto en el ámbito internacional». En esta afirmación coincidía con José Manuel Velasco, presidente de Dircom, quien considera que «se debe hacer lobby del bueno en Bruselas porque las directivas europeas nos repercuten significativamente» y creo que no hace falta poner ejemplos sobre dicha repercusión pues en todos los sectores existen unos cuantos.
La colaboración con la sociedad civil y la transparencia se alzaron como principales claves del debate, por no mencionar todo lo relativo al perfil del lobista al que se refirió con claridad Xuclà: alguien a quien le guste entrar en el campo de las ideas, empático, tranquilo, paciente, con gran capacidad de síntesis, con mentalidad abierta (evitando preguntar aquello de «¿y qué hay de lo mío?»), con educación y que comunique sin saturar. ¿Alguien da más?
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