Cuando las nuevas tecnologías van más rápidas que las costumbres comunicativas, el conflicto es susceptible de aparecer. Las redes sociales no dejan de generar noticias e interés, por su potencial para el cambio, sí, pero también por la capacidad de crear espacios comunicativos donde el ciudadano puede expresarse, en principio, libremente. Sin embargo, tal y como pone de relieve el artículo Mi Twitter es también de mi empresa, publicado este fin de semana en El País, el ciudadano que tambien es empleado se enfrenta, con las redes sociales de por medio, a la duda: ¿Qué es público y qué privado en horario de oficina?
"No hay normativa que regule expresamente este tema. El conflicto de hace unos años sobre si las empresas podían espiar o no los correos electrónicos de sus trabajadores [el Tribunal Supremo resolvió en 2007 que fisgar los emails era una invasión de la intimidad] se ha trasladado ahora a las redes sociales, aunque en este caso es más complicado decidir entre el uso personal y el profesional. Más que un listado de normas estrictas, las empresas deben articular una serie de reglas sencillas para ayudar a sus empleados a no meter la pata" dice el experto en el artículo.
No obstante, se impone otra idea en esta lógica del espionaje empresarial. ¿Por qué no utilizar las redes sociales de otra manera? En vez de amenazar con despidos o sanciones, puede que tuviese más sentido empujar al trabajador a incluir su contexto en el de la empresa, diluyendo así público y privado; ayudando a mejorar el trabajo. Es solo una idea. Los protocolos de defensa también tienen sentido, aunque, si les digo la verdad, escuchar de vez en cuando lo que piensan de nosotros, por muy terrible que en un principio pueda parecer, también puede servir para avanzar.
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