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«Privilegio», «monopolio», «obstáculo a la libre competencia», «barrera artificial», «barrera de acceso», «anticompetitivos», «corporativistas», «gremialistas», «burocratizadas», «retrasan y encarecen los servicios»,…, estas son solo algunas de las palabras y expresiones que pululan en torno al hecho colegial. Están bien escogidas, a qué negarlo. Son conceptos y metáforas que se entienden a la primera y predisponen al interlocutor. Da igual si están en lo cierto. Y, sí, desde luego, funcionan.
¿Y nosotros, los aludidos? Pues con una torpeza sistemática contamos lo que somos desde su campo de juego, desmintiendo y utilizando sus mismas palabras, incapaces de crear un discurso propio. «¡Nosotros
no tenemos privilegios!», dicen unos. Otros aseguran con vehemencia que
no son una barrera a la competencia, y que, por supuesto,
no encarecen los servicios y una mayoría pregona los parabienes del visado justificándolo en que son fuente de financiación del colegio profesional y, sin ellos, «¿
de qué viviremos?». Las hemerotecas y
Google están llenas de frases como estas que, desde luego,
no funcionan.
Igual que con la expresión «comunicación comercial» que inunda la literatura y la normativa pro desregulación. No es «
comunicación comercial» es «
publicidad». Y no es mismo, porque la carga semántica es distinta. ¿Solo un matiz?
El domingo leía un nuevo
artículo de Luis Berenguer, presidente de la Comisión Nacional de la Competencia (CNC), en el diario
La Información. Mientras lo leía pensaba «no es eso, lo siento pero no, no lo ha sido nunca», ¿pero quién gana? ¿Es que es tan difícil explicar qué hacemos, a qué nos dedicamos, para qué? Hay un magnífico libro de
Frantz I. Luntz (
Words that work -palabras que funcionan) que analiza el poder de las palabras, la carga emocional que tienen, y lo importante que es ganar la batalla de las mismas. Está muy en consonancia con el famoso
No pienses en un elefante de
George Lakoff que nos habla de salir del marco (el campo de juego, que decíamos antes). Los recomiendo tanto como una reflexión activa sobre nuestra identidad y sobre
qué queremos ser de mayores. Cuando al hablar de las organizaciones colegiales son muchos los hombros encogidos a nuestro alrededor, quizá es que el problema lo tenemos nosotros. ¿Qué estamos contando? En su contenido y en su forma. ¿A qué va dedicado el esfuerzo de horas, días, meses,…, años? ¿Cómo se llama eso que hacemos? ¿Cuál es el beneficio para el profesional? ¿Y para el ciudadano? Necesitamos ideas y discursos renovados. Os dejo el
post con un enlace a una canción de Silvio Rodríguez que define perfectamente esa impotencia que a veces a uno le entra.
Nos va la vida en ello…